lunes, 18 de febrero de 2013
El que la hace la paga
Ha dicho el vicesecretario general que en España el que la hace la paga.
Hasta ahora, que se sepa, estos señores lo único que han pagado han sido los famosos sobres.
martes, 12 de febrero de 2013
Andalucía niega el concierto a los colegios que separan por sexo.
La enseñanza concertada lleva décadas practicando una competencia desleal con el apoyo de las instituciones públicas, que mediante la aplicación torcida de leyes educativas no muy afortunadas, ha tiempo que alumbraron un sistema de educación dual, claramente discriminatorio. Sistema que, para más inri, es una de las señas de identidad intangibles de la izquierda más necia e incongruente.
La enseñanza concertada viene burlando la ley, con la anuencia de todas las administraciones educativas que se han sucedido en el MEC y en las autonomías y con gobiernos del más variado signo político. Concretamente, es ya moneda común el quebranto de ley descarado e impune en materia de admisión de alumnos y respecto de la falta de garantías sobre la gratuidad efectiva de los colegios sostenidos con fondos públicos, que mediante cobros diversos llevan a cabo una selección económica inicua.
Uno de los muchos efectos perversos de la ampliación de la enseñanza obligatoria en la década de los 90, tal como se hizo de mal, fue la extensión en dos años de los conciertos educativos.
Los que nada quieren cambiar en educación, disfrazados de progresistas, pero en realidad ultraconservadores, aún no reconocen el error que supuso regalar a la enseñanza concertada dos años más. Y aún estamos esperando que la equidad que pregonan se manifieste en poner coto a la discrecionalidad de los centros subvencionados (denominación hoy en desuso pero más cruda y menos vergonzante para llamar al pan pan y al vino vino), cuya mera existencia es uno de los muchos tabúes del sistema.
No tocar la concertada es uno de los innumerables pseudoconsensos que deben ponerse en cuestión sin más dilación si de verdad se defiende la escuela pública de una forma que sea algo más que nominal.
En esta España en la que todo lo público es denostado, excepto si se trata del dinero que se recauda obligatoriamente, en especial a los asalariados, y se desvía hacia los negocios particulares de los grupos de presión, poder e influencia próximos al poder político, no estaría de más pedir que deje de contaminarse el lenguaje. Y que deje de verse lo estatal como esa inmensa ubre de la que succionan los desheredados, que por eso lo son, por desgraciados y que tanto les cuesta a los españoles no marginales. Curioso concepto del bien común y no menos curioso y difícilmente homologable concepto de la libre competencia, la iniciativa individual y la libertad de empresa.
El Estado debería asumir la obligación que se deriva del artículo 1º de la Constitución de garantizar una educación públicuaa de calidad como derecho de todos los ciudadanos. La iniciativa privada está en su derecho de reivindicar la libertad de enseñanza entendida como libertad de empresa, libertad de cátedra y expresión de la pluralidad de una sociedad libre y no totalitaria. Pero no tiene sentido que con fondos de todos los españoles se financien los negocios de unos pocos. Sólo el servicio público tendría que ser sostenido con el dinero de los impuestos. Pero para que todos estos conceptos pasen a la normalidad de las reglas del juego hay que quitarse el pelo de la dehesa y superar los lastres de los pactos de la transición que no han funcionado, como es también el pacto autonómico, la entrega de todo el poder a los aparatos de los partidos y sindicatos, la endogámica, mediocre y hasta delictiva autonomía universitaria. Y, paradójicamente, la asfixia de quienes en España quieren ser emprendedores, crear riqueza, tener iniciativas y competir de verdad. No estar siempre mirando hacia arriba, hacia el BOE, esperando la dádiva del poderoso, amañando un oligopolio con el sistema o conchabándose con los que reparten los caramelos para asegurarse unas igualas y unas ententes cordiales que proporcionen a los súbditos y a los colegas la seguridad y el interés, como rezaba un viejo anuncio comcercial.
Me parecería muy saludable que se instalase en España una sana competencia entre redes educativas, entre centros, entre instituciones escolares. Limpia y con igualdad de oportunidades. Sin las cartas marcadas ni ventajismos. Que los públicos se propusieran competir para dotar a los alumnos no pudientes una enseñanza competitiva (este hecho en España existió en no muchos colegios y en unos institutos hoy olvidados y degradados por el chahapote del construcitivismo y la pedagogía nccia. Sin esa competencia, propia de una sociedad dinámica, con movilidad social y ambición sana, sólo tenemos unas cartas marcadas, como con el INI, el plan de estabilización y los restos del corporativismo inmovilista de una sociedad roma, en blanco y negro, no ávida de prosperar más que por la quiniela o el enchufe.
La enseñanza concertada es un instrumento sólido para contribuir al fijismo social, al status quo, el residuo del poder de una iglesia controladora de conciencias en una sociedad secularizada. Es el instrumento de que la extensión de la escolarización no lleve al mal gusto de que los hijos de las personas humildes y sin posibles se codeen con la gente bien, de forma que no pisen las canteras y los viveros del poder futuro. Sería como si la señora de la limpieza terminara su jornada tomando una copa con un socio de origen aristocrático como relax de su ardua y agotadora jornada laboral.
EL PAPA QUE SE RETIRÓ A TIEMPO
Por primera vez en siglos un papa
ha abicado. La iglesia católica, como organización supranacional de un
liderazgo espiritual que aglutina a millones de hombres en el mundo, grupo de
presión que de forma hoy más sutil domina todavía los restos del naugfragio de
los usos predemocráticos propios de la sociedad del Antiguo Régimen, mundo en
el que sñi fue su reino, ha experimentado una doble tensión: entre la
aceptación tolerante de una sociedad secularizada y que ya no le reconoce de facto
ese liderazgo moral de tan forma reverencial; o bien, el encastillamiento, el
cierre de filas ante cualquier cambio sustancial que le haría perder las
esencias de esa tradición eterna que puede ser para algunos su razón de ser.
En este punto estamos a años luz del islam: la iglesia católica ha ido
aceptando a regañadientes la evolución de los tiempos y el progreso, aunque
haya sido ab initio siempre su peor enemigo, pero no ha tenido más remedio que
aggiornarse, pese a todo, para no morir y quedar ridículamente ucrónica.
El revulsivo que supuso el implulso dado desde el principio por su
predecesor polaco, un papa entonces joven, enérgico, forjado en una
supervivencia ardua frente a la persecución de sus predadores comunistas,
volvió a recuperar al menos el
protagonismo de una institución postergada en los sectores más dinámicos a un
estado próximo a la irrelevancia y a la nostalgia de un tiempo glorioso e
imperial, pero casi extinguido. Juan Pablo II ejerció como un líder del siglo
XX, amplió la frontera de su influencia al este de Europa, frenó la teología de
la liberación, volvió a proveer de ese nivel de certeza que el creyente
necesita y conjugó su sensibilidad social, su gran capacidad comunicativa y
teatral con su carácter retrógrado e
intolerante cuando tocaba, que le llevó a respaldar la impunidad de los
legionarios de Cristo, los miembros del Opus Dei y los múltiples pederastas o
consentidores de las perversiones más contrarias a la propia doctrina de la
Iglesia. Woityla quería dar seguridades a través de un reforzamiento de un
dogma que cerrara las puertas de apertura que peligrosamente había entreabierto
el Concilio Vaticano II,
En sus años finales, el sufrimiento patético era una síntesis de imagen
de firmeza incólume aferrada y sacrificada, una adicción al poder a cualquier
precio y una convicción apostólica y mesiánica de que se misión aún no había
concluido y que la historia, en la que él ya se veía, reconocería esa voluntad
de servicio hasta el último momento, ese castizo morir con las botas puestas
como expresión de entrega total a la causa.
Fue su sucesor siempre un cardenal linchado “avant la lettre”, al que se
le atribuían maléficas intenciones, en una tergiversación poco seria de su
pasado juvenil, y se le vinculaba, con falsedad consciente, con el nazismo y
con nada menos que la Inquisición.
Consciente desde el primer momento de su carácter limitadamente
temporal, Ratzinger ha impreso un tono más elegante e intelectual a su figura,
menos mediático, menos iglesia-espectáculo, pero ha cogido el toro por los
cuernos en asuntos muy delicados. Y si bien responde en su discurso contra el
relativismo, en una visión bunkerizada en una institución que se niega a
adaptarse a la realidad, con la mente más puesta en lo que se barrunta y debate
intramuros de la iglesia que extramuros de la misma, no se va el papa Benedicto
XVI con una imagen de curia mafiosa de turbios asuntos, jbanqueros muertos y
escenas más propias de El Padrino, las jerarquías eclesiásticas que bendijeron
con brazos en alto e incienso golpes de estado contra los derechos humanos ni
con una vinvulación inverecunda con la mafia italiana.
Cierto es que la Iglesia, en estos tiempos secularizados y descreídos,
como un poder espiritual y terrenal, sigue sin encontrar su sitio en las
sociedades democráticas, oscilando entre el travestismo progresista de los años
de Tarancón al paredón, seguir siendo un grupo de presión favorable a la
ucronía, con la buena fe de muchos de sus fueles que hacen una labor encomiable
e incluso imprescindible en tiempos especialmente humanos.
¿Hacia dónde nos llevarán la nueva fumata bianca y sus consecuencias. Sólo
el Espíritu Santo y los entresijos de la curia con sus finas dagas y elegantes
zancadillas nos lo esclarecerá en el futuro.
Hoy el Papa de Roma, el Sumo Pontífice ha elegido para los últimos años
de su vida la meditación y el silencio, el alejamiento de las intrigas y
maquiavélicas disputas florentinas, para contemplar y esperar serenamente el
fin de sus días rodeado del goce ascético sereno y equilibrado, la búsqueda de
la paz interior en la espera sosegada desde la última vuelta de su camino,
alejado del bullicio y la falta de caridad y de quietud de la ciudad de los
hombres. Concede, de esta forma, un valor supremo al goce espiritual que en
vida ha preferido terminar con humildad desdeñando la onerosa carga de una
grandeza que ha sabido abandonar con paso sosegado pero firme,
domingo, 10 de febrero de 2013
HUELGAS POLÍTICAS
Huelga política
Con motivo de los recientes paros en la enseñanza secundaria y las
subsiguientes movilizaciones contra la llamada ley Wert (LOMCE en sus siglas
administrativas) se ha vuelto a oír por parte de las autoridades una referencia
peyorativa a los paros estudiantiles y a las protestas incómodas, que se desprecian altiva y mecánicamente mediante el ya acuñado sintagma maldito de “huelga política”.
Como quiera que las locuciones, frases hechas o sintagmas estereotipados
se terminan usando de forma un tanto automática y no muy reflexiva, no
está de más dedicar algún comentario a esta curiosa expresión descalificatoria,
que si no roza el anatema o el estigma, está cerca del dicterio y, como mínimo, del desdén.
Quienes hablan de “huelga política” implícitamente están atribuyendo un
carácter ilegítimo y bastardo a este tipo de protestas, frente a otras, que tendrían
motivaciones más nobles, como una reivindicación laboral y profesional, que se
supone serían las huelgas no contaminadas (quizá a la japonesa). La huelga es un
derecho constitucional y se puede debatir si una convocatoria en particular es
oportuna, perjudica o favorece el interés general, presenta unas reivindicaciones
plausibles o discutibles, si ha discurrido o no por los cauces legales, si ha
utilizado medios pacíficos o si, por el contrario, se ha valido de la siempre ilícita violencia en
sus más diversas formas. Los ciudadanos, los políticos y los espectadores están
en su derecho de opinar lo que les plazca sobre cada una de las huelgas que
proliferan en nuestra vida colectiva, dar o negar legitimidad a sus peticiones y, por supuesto, sumarse a ellas o no hacerlo.
Pero despreciar una determinada huelga con el manido argumento de que es política no deja de
ser un recurso dialéctico un tanto estrafalario. Primero, porque en su sentido profundo, todas las
huelgas son y han sido políticas. Desde los inicios del movimiento obrero, las huelgas por
los derechos laborales, un salario justo o cualquier otra demanda de los trabajadores han tenido como objeto introducir cambios en el sistema, lo que en la práctica es una forma, lícita, de hacer política. Por tanto, en lugar de ser un
adjetivo especificativo que disociaría diversos tipos de huelga y que
establecería una valoración negativa para las huelgas “políticas”
en oposición a las “no políticas”, podríamos considerar que denominar políticas
a las huelgas constituiría más bien un pleonasmo. Semánticamente expletivo si no fuera por la mala fe con la que se lanza el dardo para dar más carnaza a los más exaltados de la bancada "popular".
Además, hay otro aspecto que no deja de llamar la atención sobre este curioso empleo del lenguaje propagandístico. Se utiliza
el adjetivo “política” como un componente intrínsecamente negativo para
denigrar los sustantivos a los que se pudiera aplicar. Ya lo decía Jardiel Poncela: “si la política
será mala, que a la suegra la llaman madre política”. Ese tic de considerar ilegítima cualquier acción humana que esté contaminada por ese ingrediente impuro y hasta
perverso que se llama política nos recuerda enormemente a la dictadura franquista,
donde todo lo que oliera a la malvada política debía ser proscrito y borrado del mapa. Se le atribuye al dictador una cita de un descomunal y ofensivo cinismo: “Haga como yo, no se meta en
política”. Y es que esa es la idea que el poder desea del español de a pie, que
considere que la política es monopolio y coto vedado de los que se dedican a ella por el bien de España. Claro que al gobernar a lo mejor
no le llaman hacer política. Un mundo sin política sería un mundo puro y armónico, idílico y dulzón, donde
la gente haría lo que en verdad tiene que hacer y no se dedicaría a enredar.
El carácter maléfico, transgresor y pecaminoso de la política es
atribuido siempre por personas que, paradójicamente, se dedican a la propia actividad
política de forma profesional o como trabajo principal durante un cierto periodo de su
vida. Si la política es tan nociva, ¿por qué ellos son políticos? ¿O es que su
conocimiento de lo que es la política, de la que ellos viven, y por lo general bastante bien, les
hace tener de lo político un concepto tan nefasto? Es, objetivamente, un
contrasentido. Cabe suponer quizá que sus leyes no son políticas, que las decisiones
que adoptan tampoco son políticas y que lo que los ministros y sus equipos
dedican su tiempo a cualquier cosa menos a hacer política.
Si leemos, vemos u oímos a los rabiosos opinadores (lo de opinólogo es ya un
barbarismo desmedido) que no han visto estos días con demasiada simpatía las consignas y
pancartas del Sindicato de Estudiantes, observaremos que dan la razón al
ministro, ya que en los mensajes de los huelguistas han detectado demasiados lemas
“políticos”. Vade retro. ¿Por qué los estudiantes se quieren meter en política?
Ya empezamos. A lo mejor alguno termina de Ministro de Educación. Y se le ocurre hacer otra Ley de Reforma de la Enseñanza.
Por este motivo, sería recomendable que los dirigentes políticos, cuando
sufran una huelga contra sus medidas o en protesta por su gestión, demostraran un poco más de talento,
argumentaran a favor de sus tesis con unas razones más sutiles, elaboradas y
convincentes que el espurio y zafio empleo de una respuesta enlatada y
precocinada más propia del agit-prop cutrón que de una dialéctica medianamente decente.
Por desgracia, estos son los términos en los que suelen desenvolverse en España casi todas
las confrontaciones sobre temas controvertidos, lejos de una discusión de altura.
En educación ese debate riguroso algunos hace años que lo echamos en falta. Pero ninguno de los agentes con influencia en el mundo educativo está interesado en analizar ni discutir nada con la más mínima honradez intelectual.
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Política española
VUELVE EL HOMBRE
Vuelve el hombre
Parece que vuelve el hombre que a través de su verbo florido y su mente preclara e iluminada ayudó a formar una pinza con José María Aznar y Pedro J. para que la derecha volviera al poder en España, el hombre que brindó su apoyo al proabertzale Madrazo en Izquierda Unida del País Vasco, el hombre que dividía maniquea y ramplonamente la vida política española en dos orillas, el único dirigente comunista que dio su espaldarazo al serbio Milosevitcz en su limpieza étnica en la antigua Yugoslavia, el orador engolado y autocomplaciente de los mítines cursis, de didáctica de primera enseñanza, grandilocuentes y sectarios, agorero de desgracias miles, apocalíptico por antonomasia, estalinista hasta las cachas, visionario, dogmático e infalible, ese hiperbólico andaluz que tanta falta nos hacía para que el ruedo ibérico se animara en estos tiempos de depresión, desconfianza y descreimiento.
Julio Anguita ataca de nuevo. La prensa anuncia su vuelta a los ruedos. Pronto volveremos con más diversiones. Si hubiera que pasar al cine o al tebeo las hazañas y gestas de tan inefable personaje, nadie mejor que Francisco Ibáñez, el creador de Mortadelo y Filemón y Pepe Gotera y Otilio, para retratar a un líder que hasta en el esperpento sería demasiado literario.
Como decía el Guerra, en lugar de lograr un sorpasso, se llevó un tortaso. El profeta Anguita ya nos había predicho todas las desgracias que ahora sufrimos. Y parece decidido a salvar España. Por salvadores que no quede en nuestra historia. Pero Anguita, otro muerto viviente, corresponsable también en cierta forma del sistema partitocrático de una casta parasitaria desacreditada, tendría que explicarnos qué ingredientes nuevos y no caducados nos va a aportar al debate político en un momento en el que lo que está en cuestión es la sostenibilidad del modelo de Estado de bienestar socialdemócrata en el que el insigne prohombre cordobés nunca creyó. ¿Propone alguna alternativa bananera para España, al estilo de Chaves o los hermanos Castro? De hecho, en una entrevista televisiva, él rechaza el término de “clase política”. ¿Por qué será?
Ante el avance insoportable de la dictadura del capital y el anquilosamiento de una clase política plena de privilegios obscenos y alejada de la gente, hacen falta buenas cabezas, iniciativas inteligentes y resultados tangibles que luchen eficazmente contra el desmantelamiento de los derechos sociales, la exclusión y el sometimiento a los dictados de la oligarquía financiera y de los políticos trincones.
En suma, la construcción de una democracia, real, como dicen los eslóganes de los que están, no sabemos en qué orilla, pero sí fuera de Tangentópolis. Concepto este, el de democracia, que nunca ha formado parte ni de la praxis ni de la axiología de ese profesor cordobés que, por cierto, desde 1979 hasta su jubilación, sólo dio un año de clase, pese a no considerarse miembro de la clase política. No olvidemos que, además, aplaudió en su día la LOGSE y jamás ha reconocido el daño que esta ley le hizo a la escuela pública.
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lunes, 4 de febrero de 2013
LA JURA DE LOS SOBRE-COGEDORES
Ante
las graves acusaciones vertidas por la prensa hostil contra altos dirigentes
del PP, sus grandes líderes se disponen a pedir una jura a los vilipendiados,
a imagen de la que el Cid pidió al rey sobre su participación en la muerte de
su hermano. Para reparar el honor mancillado de sus intachables dirigentes
nada más solemne que una jura al estilo medieval. Laus Deo.
|
En la sede genovesa
Do gobierna el gran Mariano,
Allí le toma la jura
Rajoy a doña Ana Mato.
Que si cobró comisiones,
Que si metió o no la mano,
Que si recibió algún sobre
De Bárcenas el malvado.
Injurias e infamias puras,
Vive Dios que no he robado,
Yo pagué todas mis fiestas,
Yo pagué todo el boato,
Las comuniones, las bodas,
Los confeti, los regalos,
Los viajes en Business Class,
Mis joyas y hasta mi auto.
Es la prensa canallesca
Que nos sigue difamando.
Nadie nunca vio los sobres,
A nadie jamás se ha untado,
Es todo una vil patraña
Que han urdido los villanos,
Es un infundado bulo.
Sólo procede negarlo.
Ellos buscan dimisiones,
Del poder quieren echarnos
Con calumnias insidiosas
Que hasta ahora no han probado.
¿Qué hay de los muchos millones
que en Suiza están a recaudo?
Nosotros nada sabemos,
Nosotros todo negamos,
Respondamos con firmeza
Al libelo y al agravio.
Con rotundidad decimos
Que en el sillón nos quedamos.
Que nuestras auditorías
Dejaron todo muy claro.
Que Bárcenas no es pepero,
Sino un señor olvidado.
Que investigue la justicia
¿Y si somos condenados?
Para eso están los indultos,
Para del trullo sacarnos.
Que Alberto cuando se pone
Es un chico muy apañado.
Con cara de dormir poco
Y el semblante demudado,
Rajoy declara solemne
Al mensajero atacando.
Y espera que pasen pronto
Estos días tan aciagos.
Cuando las grandes reformas
Den mejores resultados
Y pueda ver al Madrid
Fumándose un buen habano,
Con sosiego y con deleite
Tranquilo y más descansado.
Pero el hedor pestilente
A choricete forrado
Con ningún producto puede
Borrar ni disimularlo.
Y las encuestas le auguran
Una caída en picado,
Ojalá que esta mangancia
Les empiece a salir caro.
Que la legión de corruptos
Se encamine a los juzgados,
Con presunción de incocencia
Y presencia de letrado,
Respondiendo de sus hurtos,
Sus cohechos y sus fajos
De billetes y billetes
Con malas artes ganados.
Que esta vez no salga gratis
El crimen organizado.
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